¿Y si reconectar con la Tierra fuera más que una metáfora poética?
Caminar descalzo sobre la hierba, la arena o una roca caliente no es solo una costumbre ancestral ni una práctica de “espíritus libres”. Cada vez más investigaciones respaldan lo que muchas culturas sabían de forma intuitiva, el contacto directo con la Tierra tiene efectos medibles en la salud física, mental y emocional.
Y lo mejor de todo es que no cuesta nada. No necesitas nada. Solo un poco de voluntad, unos minutos al día, y estar dispuesto a quitarte los zapatos y volver —literalmente— a tus raíces.
¿Qué es exactamente el grounding?
El grounding (también llamado earthing) es el acto de poner tu piel en contacto directo con la superficie de la Tierra. Puedes hacerlo caminando descalzo sobre césped, arena, tierra húmeda o piedras naturales. También tumbándote en el suelo, nadando en un lago, abrazando un árbol o, en casa, utilizando dispositivos conductivos que simulan esa conexión.
La hipótesis científica detrás de esta práctica es sencilla y poderosa: la Tierra tiene una carga eléctrica negativa estable. Nuestro cuerpo, por su parte, tiende a acumular cargas positivas en exceso, sobre todo por el estrés, el sedentarismo, la exposición a dispositivos electrónicos y el uso de calzado con suela aislante.
El grounding permite que electrones libres de la Tierra ingresen al cuerpo, neutralizando radicales libres, disminuyendo la inflamación y restaurando el equilibrio eléctrico del organismo (Chevalier et al., 2012; Oschman, 2007).
👣 ¿Es mejor caminar o permanecer en reposo?
Ambas modalidades de grounding —caminar descalzo o permanecer en reposo— tienen beneficios, pero su impacto fisiológico puede variar.
Caminar descalzo activa la propiocepción, estimula la circulación, mejora el equilibrio y genera una mayor estimulación neuromuscular.
Permanecer estático con los pies descalzos o tumbado en la tierra favorece la absorción eléctrica y genera un efecto calmante más inmediato, ideal para meditación, descanso profundo o relajación nerviosa.
Además, caminar descalzo tiene beneficios anatómicos comprobados. A nivel musculoesquelético, diversos estudios han demostrado que fortalece los músculos intrínsecos del pie, mejora la alineación postural y previene disfunciones como el pie plano o la fascitis plantar. Según Lieberman et al. (2010), caminar descalzo promueve una pisada más natural (de antepié o mediopié) que reduce el impacto en articulaciones como rodillas o columna.
También se ha observado una mejora del tono muscular de miembros inferiores y un incremento de la densidad ósea. Estudios como el de Ridge et al. (2019) confirman que la caminata regular sin calzado, practicada progresivamente, reduce lesiones por sobreuso y mejora la estabilidad funcional.
Lo ideal es alternar ambas formas de grounding, según el objetivo. Una caminata consciente por la naturaleza activa mente y cuerpo; una sesión tumbado en el césped induce introspección, descanso y autorregulación fisiológica.
Grounding y reducción de inflamación y dolor
Uno de los efectos más contundentes del grounding está relacionado con la inflamación crónica, base común de muchas enfermedades como la artritis, la fibromialgia, los trastornos autoinmunes y cardiovasculares.
En 2015, Chevalier et al. usaron termografía infrarroja para documentar cómo el grounding reducía la temperatura de zonas inflamadas y aliviaba el dolor crónico en tan solo unos días.
En 2020, Del Seppia y colaboradores revisaron múltiples ensayos clínicos confirmando su potencial como intervención antiinflamatoria no farmacológica.
😴 Mejora del sueño y ritmos circadianos
Dormir mal deteriora la memoria, debilita el sistema inmunológico y altera el estado de ánimo. Varios estudios han demostrado que dormir conectado a tierra reduce el cortisol nocturno, mejora la regulación hormonal y facilita un sueño más profundo (Ghaly & Teplitz, 2004).
Un estudio reciente (Saeed et al., 2022) mostró que dormir 8 semanas sobre una alfombrilla de grounding mejoró la calidad del sueño en personas con insomnio leve, reduciendo despertares nocturnos y aumentando la energía matinal.
Estrés y sistema nervioso autónomo
El grounding ayuda a recuperar el equilibrio entre el sistema simpático (lucha/huida) y el parasimpático (descanso y reparación). En solo 20 minutos, puede bajar la frecuencia cardíaca, mejorar la oxigenación, aumentar el tono vagal y restaurar la respiración diafragmática.
Una revisión sistemática de Morris et al. (2023) confirmó reducciones consistentes de cortisol, presión arterial y activación fisiológica tras sesiones regulares de grounding.
Efectos sobre el estado de ánimo
El grounding no solo calma el cuerpo, también regula el sistema emocional y mejora el bienestar psicológico.
Estudios con EEG han mostrado que aumenta las ondas cerebrales alfa, asociadas a estados de calma, introspección y concentración serena. Además, se ha documentado un aumento de dopamina y serotonina, neurotransmisores clave en el bienestar, la motivación y la estabilidad emocional.
En 2021, Rahimi et al. observaron reducciones significativas en síntomas de ansiedad y depresión tras tres semanas de grounding diario. Este efecto podría deberse a una triple vía: mejora del sueño, reducción del cortisol y activación del sistema de recompensa.
También influye el componente sensorial de la práctica: tocar tierra, hierba o agua con los pies o las manos activa receptores de presión, temperatura y vibración, que envían señales al sistema límbico para modular la emoción. Esto genera una sensación de seguridad, placer sensorial, presencia y regulación autonómica.
En contextos clínicos, se está explorando el grounding como técnica coadyuvante en procesos psicoterapéuticos, programas de ansiedad, trastornos del estado de ánimo, duelo y trauma complejo. No sustituye a la intervención profesional, pero sí puede ser una práctica integradora y accesible para acompañar el trabajo emocional profundo.
Grounding y neuropsicología: reconectar desde el cuerpo
Desde la perspectiva de la neuropsicología, el grounding no es solo una práctica de bienestar, sino una forma directa y profunda de estimular la reorganización del sistema nervioso. No se trata únicamente de “andar descalzos”, sino de generar experiencias sensoriales que afectan positivamente al cerebro, a la integración corporal y a la regulación emocional.
Uno de los primeros efectos observables es la activación de los sistemas sensoriomotores. Cuando el cuerpo entra en contacto con superficies naturales, se estimulan receptores táctiles, propioceptivos y térmicos, que envían señales al sistema nervioso central. Esta información mejora la percepción del esquema corporal y favorece lo que en neuropsicología llamamos conciencia interoceptiva, es decir, la capacidad de sentir lo que ocurre dentro del cuerpo. En personas con ansiedad crónica, disociación, trauma o fatiga emocional, esta conciencia suele estar inhibida o fragmentada. El grounding facilita la reconstrucción de ese vínculo.
Por otra parte, el grounding modula de forma natural el sistema nervioso autónomo. Disminuye la hiperactivación simpática —propia del estrés crónico— y favorece la activación del sistema parasimpático, responsable de funciones como la digestión, el descanso y la reparación celular. Esta transición fisiológica genera lo que Stephen Porges denomina una “neurocepción de seguridad”, un estado en el que el cuerpo no percibe amenaza y puede entrar en procesos restaurativos. Esto es especialmente relevante en personas con hiperreactividad emocional, insomnio, bruxismo, digestiones difíciles o hipervigilancia.
En paralelo, el grounding impacta directamente sobre el sistema límbico, especialmente sobre la amígdala y el hipotálamo, que son centros neurales clave en la gestión del miedo, la memoria emocional y el estrés. Al reducir la actividad de estas regiones, se promueve un estado de mayor calma basal, lo cual mejora la capacidad de introspección, enfoque y regulación emocional.
También resulta destacable su papel en la neuroplasticidad emocional. Al generar experiencias repetidas de conexión segura, placer sensorial y presencia en el cuerpo, el grounding ayuda a establecer nuevas asociaciones cerebrales entre entorno, cuerpo y bienestar. Esta plasticidad es fundamental en procesos de rehabilitación emocional y en el acompañamiento de personas con patrones de evitación, trauma no verbalizado o disociación leve. Lo que antes generaba tensión o desconexión, puede, con el tiempo, transformarse en una sensación de estabilidad y coherencia interna.
Desde un enfoque integrador, se ha observado que prácticas como el grounding también promueven una mayor coherencia entre ambos hemisferios cerebrales. Estimular los sentidos desde el cuerpo —sin estímulos digitales, sin multitarea, sin exigencia mental— favorece la integración entre el hemisferio derecho (más corporal, emocional, intuitivo) y el hemisferio izquierdo (más verbal, lógico y analítico). Este tipo de estimulación equilibrada ha demostrado mejorar el procesamiento emocional, la memoria autobiográfica, la toma de decisiones y la capacidad de reflexión profunda.
Por último, no podemos obviar la implicación de las neuronas espejo. Al practicar grounding en entornos naturales compartidos —ya sea en sesiones al aire libre, caminatas grupales o espacios terapéuticos— se activan procesos de co-regulación emocional, de empatía implícita, de conexión social. Esta dimensión interpersonal refuerza aún más los efectos positivos de la práctica, haciendo del grounding no solo un acto individual de autocuidado, sino también un vehículo de vínculo humano.
En definitiva, desde la neuropsicología entendemos que el grounding no es solo una herramienta de relajación, sino una práctica que permite reconectar con el cuerpo, organizar la experiencia interna, y construir bases sólidas para el trabajo emocional, cognitivo y relacional. Es una forma de volver a sentirnos en casa dentro de nosotros mismos.
¿Y si no tengo acceso directo a la naturaleza?
Actualmente existen dispositivos que replican parcialmente los beneficios del grounding:
-Alfombrillas conductoras conectadas a la toma de tierra eléctrica.
-Sábanas y fundas de almohada de grafito para dormir conectados.
-Pulseras, tobilleras o electrodos, especialmente útiles para personas con movilidad reducida.
Si bien la conexión directa con el entorno natural es más potente, estas tecnologías pueden ser una opción válida en entornos urbanos o climas extremos.
Mother Earth
Grounding no es solo una moda o un ritual “espiritual”, es una práctica ancestral rescatada por la ciencia contemporánea, con beneficios documentados en el cuerpo, la mente y el sistema nervioso.
En un mundo sobreestimulado, sedentario y digital, volver a caminar descalzos, sentir la tierra, respirar y vivir el entorno, dejar que el cuerpo se descargue y se repare, es un acto de salud profunda, gratuita, esencial y transformadora.
Referencias científicas:
- Chevalier, G. et al. (2012). Earthing: Health implications of reconnecting the human body to the Earth’s surface electrons. J Environ Public Health.
- Del Seppia, C. et al. (2020). Earthing and health: review of biological mechanisms. Healthcare.
- Saeed, A. et al. (2022). Effects of grounding on sleep quality. Biol Rhythm Res.
- Morris, L. et al. (2023). Physiological response to grounding: a systematic review. Alt Ther Health Med.
- Rahimi, M. et al. (2021). Effect of earthing on mood and mental health. Iran J Psychiatry Behav Sci.
- Menigoz, W. et al. (2020). Effects of grounding on inflammation and immune function. J Inflamm Res.
- Lieberman, D. E. et al. (2010). Foot strike patterns and collision forces in habitually barefoot versus shod runners. Nature.
- Ridge, S. T. et al. (2019). Foot muscle strength and plantar loading during walking in minimal footwear and barefoot. J Sport Health Sci.
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